Después de sacar unas cuantas fotos, decidimos marchar por
la Alameda, como todos los presentes, previamente haciendo grandes honores al
motivo del encuentro.
Ya con la cámara resguardada en la mochila comenzamos a
caminar, por la calle del supuesto libertador,
entre matices de olores; algunos naturalmente fuerte tales como otros
misteriosamente pesados. Entre paso y paso iba mirando, más bien contemplando
el flameo de una bandera que gritaba
“CUANDO FUMO NO HAY DOLOR”. Acertadas palabras, que me repercutían en la cabeza,
haciendo recordar mi caso con el dolor de muela y la desaparición de este,
cuando hacía de mí los olores naturalmente fuertes. Gracias a mis fieles pies
que caminaban casi de memoria (por no decir del todo), mientras mi mente ya
había abandonado por completo el encuentro, refugiada en la conciencia de un
turista sorprendido por el evento.
-No nos alejemos mucho- dice una desconocida, de ojos
ensangrentados.
Frase que me despide de mi turista interno, dolores de muela
y me hace recordar que no andaba solo. Vivazmente busco en mi compartido metro
cuadrado a mis compañeros de marcha, uno de ellos me mira con la misma cara
quizás un poco mejor que la mía.
-En caso de que nos perdamos, nos juntamos en la estatua del Parque Almagro- dije con voz elevada producto de los tambores
Los tambores, que invitaban a mi mente viajera, con un
sonido penetrante en el consiente propio, ayudado por la acústica de la angosta
calle San Ignacio, a viajar por un mar de paisajes que me transportaban desde
las siempre exageradas marchas forzadas de los Romanos, cuando se disponían a
invadir territorio ajeno, fue la primera imagen que me visito y me elevo
dejando nuevamente mi cuerpo con mis autónomos pies. Me sentí un legionario más,
marchando al ritmo de los tambores, en dirección a una nueva épica batalla. Como
legionario pensaba en la adrenalina que recorría el cuerpo y el placer de
muchos, al futuro incierto.
-¿Qué estatua? No conozco ninguna- recibí de respuesta a mi
atenta preocupación de perdida, yo respondí con una volátil sonrisa, indicando…no
sé qué habré expresado con mi risita.
Evolucione a un turista, de esos sorprendidos con cada
imagen, ventanas abiertas, terminaciones arquitectónicas de los edificios ya
del siglo pasado. Me sorprendí al darme cuenta que mis independientes pies
saltaban y rebotaban al ritmo de los tambores, haciendo el mínimo contacto con
los adoquines de la fabulosa calle.
Entre pequeños pasos y saltitos, seguíamos la marcha, a
estas alturas los alabados percusionistas, estratégicamente estaban
estacionados en un codo de la calle,
haciendo viajar quizás a cuantos peregrinos más. De pronto, un silencio total, que
en consecuencia me hace aterrizar abruptamente a mi cuerpo saltarín. Segundos eternos, miradas
desorbitadas de cuerpos saltarines, por suerte no fui el único. Una aguda y rápida
señal producida por un silbato, rompe el silencio, y todos los instrumentos
comienzan a percutir el mismo ritmo. La caja, rápida y de acomodo fácil en el oído;
bombo, poderoso, penetrante con la gran habilidad de hacerte pestañar cada vez
que se pronuncia. Quizás cuantos instrumentos más que no pude distinguir, todos
ellos sonando al mismo tiempo, coordinadamente imitaban un monzón de invierno entregándome
nuevamente la facultad sobre mis ya temerosos pies.
Al ritmo cansador de
los tambores le sume el cielo amenazante de lluvia, todos los marchantes
reunidos por una causa, mis compañeros y yo juntos, caminando a la par pero a
la vez todos viajando en quizás que mundo, caminando ya alejándonos del monzón.
-Gracias- mi mente y
cuerpo ya encontrados.
Codo con codo, hombro con hombro, éramos los pinguinos del ruido caminando en silencio, pero con la mente gritando en voz alta. Fuerte y claro.
ResponderEliminarHilando distintos párrafos, la tinta eran los mismos tambores. A veces, la historia que nace es cómica, a veces superflua, a veces secreta y otras veces es gritada y de conocimiento público. A veces viene de adentro, o llega desde el cielo, o nace de la tierra. A punta de observación, sensación y descripción pura, la tuya, amigo, hace recordar la mía, que se había dormido en la memoria.
Recuerdo haber dicho 'No sé qué estatua, pero llegaré'
por mas que intente recordar tu respuesta, no pude. Quizás andaba marchando por Roma
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