20 de mayo de 2013

Desde dolor de muelas a Monzon de invierno.


Después de sacar unas cuantas fotos, decidimos marchar por la Alameda, como todos los presentes, previamente haciendo grandes honores al motivo del encuentro.
Ya con la cámara resguardada en la mochila comenzamos a caminar, por la calle del  supuesto libertador, entre matices de olores; algunos naturalmente fuerte tales como otros misteriosamente pesados. Entre paso y paso iba mirando, más bien contemplando el flameo de una bandera  que gritaba “CUANDO FUMO NO HAY DOLOR”. Acertadas palabras, que me repercutían en la cabeza, haciendo recordar mi caso con el dolor de muela y la desaparición de este, cuando hacía de mí los olores naturalmente fuertes. Gracias a mis fieles pies que caminaban casi de memoria (por no decir del todo), mientras mi mente ya había abandonado por completo el encuentro, refugiada  en la conciencia de un turista sorprendido por el evento.
-No nos alejemos mucho- dice una desconocida, de ojos ensangrentados.
Frase que me despide de mi turista interno, dolores de muela y me hace recordar que no andaba solo. Vivazmente busco en mi compartido metro cuadrado a mis compañeros de marcha, uno de ellos me mira con la misma cara quizás un poco mejor  que la mía.
-En caso de que nos perdamos, nos juntamos en la estatua del  Parque Almagro-  dije con voz elevada producto de los tambores
Los tambores, que invitaban a mi mente viajera, con un sonido penetrante en el consiente propio, ayudado por la acústica de la angosta calle San Ignacio, a viajar por un mar de paisajes que me transportaban desde las siempre exageradas marchas forzadas de los Romanos, cuando se disponían a invadir territorio ajeno, fue la primera imagen que me visito y me elevo dejando nuevamente mi cuerpo con mis autónomos pies. Me sentí un legionario más, marchando al ritmo de los tambores, en dirección a una nueva épica batalla. Como legionario pensaba en la adrenalina que recorría el cuerpo y el placer de muchos, al futuro incierto.
-¿Qué estatua? No conozco ninguna- recibí de respuesta a mi atenta preocupación de perdida, yo respondí con una volátil sonrisa, indicando…no sé qué habré expresado con mi risita.

Evolucione a un turista, de esos sorprendidos con cada imagen, ventanas abiertas, terminaciones arquitectónicas de los edificios ya del siglo pasado. Me sorprendí al darme cuenta que mis independientes pies saltaban y rebotaban al ritmo de los tambores, haciendo el mínimo contacto con los adoquines  de la fabulosa calle.
Entre pequeños pasos y saltitos, seguíamos la marcha, a estas alturas los alabados percusionistas, estratégicamente estaban estacionados  en un codo de la calle, haciendo viajar quizás a cuantos peregrinos más. De pronto, un silencio total, que  en consecuencia me hace aterrizar abruptamente a mi cuerpo saltarín. Segundos eternos, miradas desorbitadas de cuerpos saltarines, por suerte no fui el único. Una aguda y rápida señal producida por un silbato, rompe el silencio, y todos los instrumentos comienzan a percutir el mismo ritmo. La caja, rápida y de acomodo fácil en el oído; bombo, poderoso, penetrante con la gran habilidad de hacerte pestañar cada vez que se pronuncia. Quizás cuantos instrumentos más que no pude distinguir, todos ellos sonando al mismo tiempo, coordinadamente imitaban un monzón de invierno entregándome nuevamente la facultad sobre mis ya temerosos pies.
 Al ritmo cansador de los tambores le sume el cielo amenazante de lluvia, todos los marchantes reunidos por una causa, mis compañeros y yo juntos, caminando a la par pero a la vez todos viajando en quizás que mundo, caminando ya alejándonos del monzón.
-Gracias-  mi mente y cuerpo ya encontrados.

Mirar atrás no puedo,
Sin recordar tu cuerpo.
Perdido, en el camino de tus curvas.
Canta en mi cabeza, el recuerdo de tu figura paseante.
Como puedo negarte, si  tenerte no puedo.

Solo me bastaba el silencio en tu mirada,
Reflejando mis ojos en los tuyos.
No hacía falta tormentas de palabras,
Cuando cerca estabas, mi mundo era mudo.
Mudo fue mi corazón, antes de tu llegada,
Transparente, como un cristal al sol es mi alma,
Voladora en tu presencia.

Me enseñaste galaxias de deseos.
Tú astral figura, son estrellas en el cielo,
Que invitan a no olvidarte.
Más allá de lo que veo,
Me bastaba tu silencio.

Heladas esperas, entre borrones y errores.
El silencio se ha ido, un castigo en el frio.
Ciudad que ruedas, con acústica compañía,
Absoluta soledad, en un universo de conocimiento.
Pronto la muerte rosara mis hombros,
Me niego a estar cuando me abandone.
El hombre, la soledad, tú, ausente;
Fraguados en el alma.
Mas ya no puedo.

15 de mayo de 2013


Amigo no mire atrás, no cometa tal error
¿De qué sirve la comparación, si adelante esta quien no la iguala?
Por favor no mire atrás.

7 de mayo de 2013

Tres horas despues de las dos.


Y acá estoy, día de semana, en horario de trabajo. Tomé muy enserio un día de Tregua y salí a caminar. Sí, lo reconozco,  una especie de fuga, una evasión a todo lo cotidiano que me brindan las calles en horarios conocidos. Estoy en la intercepción de siempre  donde esta la torre alta, si, esa bien alta, en el cual hay una banca que no existía a eso de las 2 de la tarde.
En mi inspiración de esta aventura el personaje se toma un café, yo en cambio tengo la compañía de una paloma, que con pasos insípidos se acerca a mis pies en busca de alguna miga perdida. El ave, temerosa por naturaleza de mí, de ellos, de nosotros que nos movemos al igual que cardumen arrancando de un predador que estuviera a nuestra saga, nos trasladamos en competencia descarrilada, sin motivo, sin norte.  Primera señal, no estoy pisando el mundo de las 2 de la tarde
En la mágica banca que no vi a las 2, sentado veo como mí derrotada compañía me abandona caminando con los mismos pasos, inexpresivos, hacia la siguiente banca que fantásticamente no existía a las 2, en ella están dos personas, sentadas conversando, muy distintas al ecosistema que suelo conocer.
-¡Yapo! Joaco tomate luego la bebida, que nos queda ir a pagar y después tenemos que ir a buscar a tu papa al trabajo.
-Mira mamá, la torre se ve en el otro edificio. Es como un espejo gigante uh- dijo el niño mientras tomaba su botella.
Claramente Joaco es más detallista que yo, la torre, que me incitaba a mirarla de base a antena, se reflejaba en el edificio continuo. No solo la torre, sino también las nubes, el cielo y algunas ramas de un árbol alto.
Que hermosa situación, que perfecta fuga en el momento preciso, donde mi mente coordinada con mi cuerpo pedía un respiro entre blancos papeles y finos libros. Que acabado y correcto instante, 3 horas pueden cambiar una calle, poner bancas, centro de observaciones, donde un cardumen desesperado lucha por no ser rosado con un hombro ajeno, es transformado por madres con miles de Joacos detallistas y sedientos de paisajes urbanos.
-Gracias Joaco- le dije con casi un hilo de voz
Gracias Joaco por invitarme a un mundo muy distinto al mío, universo que estoy sediento por conocer. Como quisiera compartir por red social la sensación de descubrimiento.