Como el bolero que anunciaba el presentador, melancólico y
desconocido, estaba Israel. Hombre que bordeaba los 45 años, sentado en la
última corrida de asientos en algún restaurant de Alameda.
Cuando su casio rock mostraba las 1:15 am. Israel vacía su
vaso largo de pisco, pisco solo, sin compañía como lo estaba el.
-Amigo- levanta su mano- tráigame otro igual, sin hielo.
Mientras el pedido viajaba a su mesa, sin pestañar Israel
miraba fijamente la entrada, como si a la espera de alguien estuviera. Mientras
el vaso con el amarillento liquido se interponía en la contemplación de la
puerta, Israel vuelve a consultar la hora. 1:45 am.
Con la cuenta de su consumo ya pagada y un vaso dejado a
medias, Israel toma su bolso y camina hacia Alameda. Una vez fuera se sienta un
paradero de la esquina Mac-iver con Alameda, ahí prende un cigarro, al cual
consume como si bailaran un vals, lento pero con ritmo. Antes de que el primer
cilindro de nicotina se consumiera Israel enciende otro, esta vez para caminar.
Bajo por Mac-iver con su bolso colgado al hombro y el cigarro en la diestra,
con su mano libre busca en su bolsillo una credencial. Se detiene en Mac-iver
con Moneda, la luz roja del semáforo iluminaba su rostro mientras que en la
misma esquina de un taxi bajaba un hombre.
-Hola coleguita, tan temprano por acá- comenta Luís,
bajándose del taxi- usted que no entra a las 3:00am-
Israel digiere la pregunta, mira su casio que marcaba 2:12.
Mientras caminaban a la biblioteca nacional.
-Sí, entro a las 3:00- vuelve el silencio y los dos hombres
caminando por Moneda, sin decir palabra cuando ya estaban en frente de la
entrada a la biblioteca, mostrando sus credenciales de guardias, Israel toma el
hombro de Luis y con voz melancólica y lejana como un bolero que escuchó en
algún momento.
-Coleguita…no puedo dormir-.
buenooo
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